Con la atención de personas enfermas por COVID-19, aumentaron significativamente las cargas de cuidados para las mujeres y niñas al interior de los hogares, además de considerar otros requerimientos de cuidados derivados del cierre de escuelas y centros de trabajo.
El distanciamiento social ha impactado especialmente a madres, cuidadoras remuneradas y abuelas, quienes han enfrentado una mayor carga de trabajo.
En 2019, 34.6 millones de mujeres formaban parte de la población económicamente activa en México, para 2020 las mujeres se hicieron cargo de las demandas de cuidados, profundizando las desigualdades existentes con un total de 17.9 millones de mujeres activas (ENOE, 2019: ETOE, 2020).
Hablar de cuidados es referirnos a todas aquellas actividades indispensables para satisfacer las necesidades básicas de la existencia y reproducción de las personas. Incluyendo el autocuidado y el cuidado de otras personas, la provisión de las precondiciones para cuidar (limpieza, compra y preparación de alimentos) y la gestión del cuidado (la coordinación de estas actividades y sus horarios). Todas, todos y todes requerimos cuidados a lo largo de la vida, por ello el inició del confinamiento representó la búsqueda ardua de un sistema de cuidados.
En México, como en muchas partes del mundo, hablamos de crisis de los cuidados porque la provisión del cuidado se basa en labores gratuitas, precarias e invisibilizadas, los arreglos para cubrir las necesidades de cuidado son injustos e insatisfactorios. Se trata de un problema público y de desigualdad de género, pues los roles tradicionales de género han naturalizado que sea responsabilidad primordial de las mujeres: del total de horas que se dedican en México a estas labores, 71% son realizadas por mujeres, niñas y adolescentes; por cada hora que aporta un hombre a las actividades de cuidado no remunerado, las mujeres aportan casi tres. Esta situación es producto de la injusta manera en que las familias, el mercado y el Estado han distribuido los cuidados.
Aunado a ello, la baja oferta de servicios de cuidado públicos deja ver la falta de reconocimiento en su carácter esencial para el sostenimiento de la vida, generando tensiones en el ejercicio de derechos de las mujeres y con fuertes efectos negativos que se profundizan en los hogares con altos índices de marginación y pobreza.
La pandemia detonó una serie de acciones para contener su expansión, pero también ha exhibido las limitaciones de la organización actual del cuidado. Según el Instituto Nacional de las Mujeres, la suspensión de clases en el nivel básico hizo que casi 25 millones y medio de alumnas y alumnos se quedaran en sus hogares; además, más de 9 millones de hogares tienen, al menos, una persona menor de seis años. La suspensión de clases en el nivel básico tuvo efectos importantes en la carga de trabajo de cuidados no remunerado para las mujeres, que se suman a las horas que ya dedican al trabajo remunerado, pues ahora tenían que dar acompañamiento escolar.
Las mujeres que mantuvieron sus trabajos remunerados y pudieron desempeñarlos desde casa, se enfrentaron al reto de conciliar la vida laboral y familiar en el mismo espacio físico, lo que ha generado estrés, agotamiento extremo y afectaciones a la salud. Para quienes emplean trabajo del hogar y prescindieron de este, el confinamiento implicó, también, un aumento de las tareas domésticas; o bien, transfirieron estas responsabilidades a trabajadoras del hogar y de cuidados, en su mayoría en situaciones de marginación y pobreza, que suelen emplearse de manera informal y precaria.
Hablar de cuidados es referirnos a todas aquellas actividades indispensables para satisfacer las necesidades básicas de la existencia y reproducción de las personas. Incluyendo el autocuidado y el cuidado de otras personas, la provisión de las precondiciones para cuidar (limpieza, compra y preparación de alimentos) y la gestión del cuidado (la coordinación de estas actividades y sus horarios). Todas, todos y todes requerimos cuidados a lo largo de la vida, por ello el inició del confinamiento representó la búsqueda ardua de un sistema de cuidados.
En México, como en muchas partes del mundo, hablamos de crisis de los cuidados porque la provisión del cuidado se basa en labores gratuitas, precarias e invisibilizadas, los arreglos para cubrir las necesidades de cuidado son injustos e insatisfactorios. Se trata de un problema público y de desigualdad de género, pues los roles tradicionales de género han naturalizado que sea responsabilidad primordial de las mujeres: del total de horas que se dedican en México a estas labores, 71% son realizadas por mujeres, niñas y adolescentes; por cada hora que aporta un hombre a las actividades de cuidado no remunerado, las mujeres aportan casi tres. Esta situación es producto de la injusta manera en que las familias, el mercado y el Estado han distribuido los cuidados.
Aunado a ello, la baja oferta de servicios de cuidado públicos deja ver la falta de reconocimiento en su carácter esencial para el sostenimiento de la vida, generando tensiones en el ejercicio de derechos de las mujeres y con fuertes efectos negativos que se profundizan en los hogares con altos índices de marginación y pobreza.
La pandemia detonó una serie de acciones para contener su expansión, pero también ha exhibido las limitaciones de la organización actual del cuidado. Según el Instituto Nacional de las Mujeres, la suspensión de clases en el nivel básico hizo que casi 25 millones y medio de alumnas y alumnos se quedaran en sus hogares; además, más de 9 millones de hogares tienen, al menos, una persona menor de seis años. La suspensión de clases en el nivel básico tuvo efectos importantes en la carga de trabajo de cuidados no remunerado para las mujeres, que se suman a las horas que ya dedican al trabajo remunerado, pues ahora tenían que dar acompañamiento escolar.
Las mujeres que mantuvieron sus trabajos remunerados y pudieron desempeñarlos desde casa, se enfrentaron al reto de conciliar la vida laboral y familiar en el mismo espacio físico, lo que ha generado estrés, agotamiento extremo y afectaciones a la salud. Para quienes emplean trabajo del hogar y prescindieron de este, el confinamiento implicó, también, un aumento de las tareas domésticas; o bien, transfirieron estas responsabilidades a trabajadoras del hogar y de cuidados, en su mayoría en situaciones de marginación y pobreza, que suelen emplearse de manera informal y precaria.
En este contexto, las mujeres han sido, sobre todo, quienes enfrentan dobles y triples cargas mentales, emocionales y físicas: aquellas que viven en condiciones de marginación o trabajan en la informalidad no perciben ingresos; quienes trabajan de manera remunerada cuidando niños y niñas, no podrán realizar su labor, y es probable que las niños y niños queden al cuidado de abuelas, población especialmente en riesgo por COVID-19. En pocas palabras, el distanciamiento social ha impactado especialmente a madres, cuidadoras remuneradas y abuelas.
Asimismo, muchas personas con COVID-19 requieren cuidados adicionales en sus hogares. Sin la procuración de la división equitativa del trabajo, se han incrementado las desigualdades de género. El trabajo de cuidados no remunerado y feminizado amortigua la crisis a costa de la salud física, mental y emocional de las personas cuidadoras.
En este contexto, las mujeres han sido, sobre todo, quienes enfrentan dobles y triples cargas mentales, emocionales y físicas: aquellas que viven en condiciones de marginación o trabajan en la informalidad no perciben ingresos; quienes trabajan de manera remunerada cuidando niños y niñas, no podrán realizar su labor, y es probable que las niños y niños queden al cuidado de abuelas, población especialmente en riesgo por COVID-19. En pocas palabras, el distanciamiento social ha impactado especialmente a madres, cuidadoras remuneradas y abuelas.
Asimismo, muchas personas con COVID-19 requieren cuidados adicionales en sus hogares. Sin la procuración de la división equitativa del trabajo, se han incrementado las desigualdades de género. El trabajo de cuidados no remunerado y feminizado amortigua la crisis a costa de la salud física, mental y emocional de las personas cuidadoras.
Para hacer frente a estas afectaciones, el gobierno mexicano ha llevado a cabo algunas acciones que contemplan:
Para hacer frente a estas afectaciones, el gobierno mexicano ha llevado a cabo algunas acciones que contemplan:
La Red de cuidados invitó a personas cuidadoras a contestar esta encuesta para registrar cómo están viviendo la pandemia.
Más información:
La Red de cuidados invitó a personas cuidadoras a contestar esta encuesta para registrar cómo están viviendo la pandemia.
Más información:
El Programa de apoyo para el bienestar de niñes, hijes de madres trabajadoras (antes Estancias infantiles), junto a las guarderías del IMSS, era uno de los muy escasos programas que conformaban la estructura pública de cuidados. La transformación de este en 2018 a un sistema de transferencias no condicionadas no sólo significó un cambio en el funcionamiento sino un recorte de casi el 50%. Aunque en 2021 recibió un pequeño aumento, el dinero público destinado al Programa de apoyo para el bienestar de hijes de madres trabajadoras se ha mantenido casi constante desde entonces. Dado que éste es el cuarto año de implementación, es necesario que se realice una evaluación de resultados para poder estimar si la nueva lógica del programa perjudicó o benefició a la población objetivo.
El Programa de apoyo para el bienestar de niñes, hijes de madres trabajadoras (antes Estancias infantiles), junto a las guarderías del IMSS, era uno de los muy escasos programas que conformaban la estructura pública de cuidados. La transformación de este en 2018 a un sistema de transferencias no condicionadas no sólo significó un cambio en el funcionamiento sino un recorte de casi el 50%. Aunque en 2021 recibió un pequeño aumento, el dinero público destinado al Programa de apoyo para el bienestar de hijes de madres trabajadoras se ha mantenido casi constante desde entonces. Dado que éste es el cuarto año de implementación, es necesario que se realice una evaluación de resultados para poder estimar si la nueva lógica del programa perjudicó o benefició a la población objetivo.